Moscú albergó, a pocos kilómetros de distancia y durante años, el panteón donde se coleccionaban y estudiaban decenas de cerebros de mentes ejemplares como las de Lenin, Gorki o Pavlov, y la institución psiquiátrica donde se analizaban y reprimían, con minuciosa crueldad, las mentes supuestamente enfermas de los disidentes. Stalin era el señor de estos dos mundos y él decidía a quién correspondía la gloria y a quién el tormento. Lo llamaron Instituto de Investigación del Cerebro de Moscú y abrió sus puertas en noviembre de 1928.
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