Cuando el instructor de buceo francés Henri Cosquer descubrió en 1985 el acceso a una cueva inundada a 37 metros de profundidad en un tour subacuático en la costa de Marsella, no tenía idea de que escondía una joya arqueológica. Él y sus compañeros bucearon hasta la entrada de la cueva varias veces en los meses siguientes. Pero no fue hasta 1991 cuando logró entrar en la cueva principal a través de un túnel. Posteriormente sería bautizada en su honor.
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