Por mucho que nos empecinemos en practicar una ética utilitarista, racional y lógica, en la que nuestros juicios morales estén ponderados y sean equitativos, lo cierto es que la mayoría de nuestras intuiciones morales brotan de forma tan alambicada como una jungla tropical. La razón es que, además, nuestra conducta no obedece a rasgos estáticos y permanentes de carácter aplicables a todos los contextos. Y esto es algo que empezamos a saber hace casi cien años, gracias a unos experimentos realizados en la década de 1920.
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