Para el rey Leopoldo de Bélgica, Léon Fiévez era un héroe. Llegó al Distrito de Equateur del Estado Libre del Congo (ELC) en 1888, justo tres años después de que lo fundara el rey, y ascendió rápidamente en el escalafón oficial, elogiado por la cantidad de caucho que era capaz de procurarse de sus gobernados locales. Para los nativos de la región era la encarnación de una pesadilla. “Los negros todos consideraban a este hombre el Demonio del Ecuador”, declaró un nativo congolés, Tswambe, al describir a Fiévez al sacerdote católico Edmond Boela
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