El 18 de junio de 1178, alrededor de una hora después de que el Sol se pusiera, cinco monjes en Inglaterra observaron un fenómeno muy inusual en Luna creciente. Según su testimonio, recogido por el cronista Gervasio de Canterbury: “Desde el punto medio de la división [de la Luna] surgió una antorcha llameante, escupiendo, hasta una distancia considerable, fuego, ascuas calientes y chispas […]. La Luna se estremeció como una serpiente herida. Después recuperó su aspecto corriente. Este fenómeno se repitió una docena de veces o más […].
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