Todo gran literato de fin de siècle debía rodearse de aventura y malditismo y don Ramón aseguró haber perdido su brazo en un enfrentamiento por amor, devorado por una leona o en un duelo a muerte (...) La prensa del día siguiente de su muerte narró mil y una crónicas del funeral. Algunas eran absolutamente disparatadas, pero encajaban perfectamente en aquella vida repleta de momentos estelares de humor y esperpento. Como la del anarquista que destrozó su ataúd, aireada por algunos periódicos
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