La historiografía española experimentó durante mucho tiempo un extraño complejo que le impedía actuar más allá de nuestras fronteras. En gran parte debido a la debilidad de nuestro sistema de becas de posgrado y al desconocimiento de lenguas extranjeras, los historiadores hispanos dedicaron la práctica totalidad de sus esfuerzos a desentrañar exclusivamente la maraña del pasado peninsular, como si los Pirineos fuesen una barrera mental inexpugnable.
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