Es en 1075 (se conocería como la 'querella de las investiduras'), cuando el Papa Gregorio VII emitió un Dictatus Papae donde afirmó la absoluta supremacía del Papa: él es quien nombra obispos, emperadores y príncipes. Además establecía el principio de la infalibilidad de la Iglesia -“no erró ni errará jamás”- e impuso el voto de castidad para los sacerdotes, que hasta entonces podían casarse.
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