Durante años los médicos en Estados Unidos hacían pocos intentos de salvar la vida de los bebés prematuros. Pero había un lugar al que los angustiados padres podían acudir: un espectáculo en el parque de atracciones en Coney Island. Allá un hombre salvó miles de vidas y, con el tiempo, cambió el curso de la ciencia médica estadounidense.
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