Un día de mayo del año 1763, Donatien Alphonse de Sade, un noble apuesto y manirroto, arruinado para más señas y con unas ínfulas sobredimensionadas, se declaraba con un fervor más que impostado a la joven e ingrávida criatura Renée-Pélagie, rica muy rica de procedencia burguesa, cuya familia tenía la sana intención de mejorar su estatus casándola con algún aristócrata de alcurnia certificada. La grácil jovencita de hechura intachable y femenina a rabiar, aunque de cara no muy afortunada, acabaría atrapada en las redes del más famoso perillán
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