¿Para qué quieren los obreros más horas libres? ¿Para ir a la taberna, para jugar a las cartas? ¿Para emborracharse como animales fuera de un trabajo que dignifica hasta tal punto de alejarles de ese estado de animalidad primaria? Eran preguntas retóricas que se hacía la patronal ante la reivindicación de la jornada de ocho horas que acabó desembocando en la triunfal huelga de La Canadiense de hace ahora 101 años y organizada principalmente por la CNT. Ese momento histórico es uno de los que ficciona levemente Marina Ginestà en sus memorias.
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