Esta es la historia de Mariana, una adorable señora que durante un año acudía cada día a recoger los periódicos que sus vecinos tiraban. Mariana formaba parte del paisaje humano de Peñagrande, hasta que un buen día dejé de verla pasear por el barrio. Su imagen inconfundible – con ese balanceo provocado seguramente por una lesión de cadera, con su cabellera blanca y descuidada sobre los hombros – y sus maneras educadas llamaron mi atención desde el principio.
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