Durante años, en la plaza de Cibeles, vendió tabaco de contrabando y también cajetillas de cerillas. También en Vallecas, donde regentó un pequeño estanco. Muchos la conocían porque era una mujer lisiada a la que le faltaba una mano. Casi todos desconocían su historia, que había decidido guardar para tiempos mejores, con el final de una dictadura que detestaba. Había logrado salvar su vida, evitando ser fusilada, pero fue condenada a treinta años de prisión. La llamaban Rosa, Rosario, y había sido la dinamitera del poema de Miguel Hernández...
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