Era el 10 de octubre de 1990, una joven daba testimonio, entre sollozos y una enorme aflicción, ante una Comisión de derechos humanos del Congreso estadounidense de como unos malvados soldados, de un país llamado Iraq, habían dejado morir a decenas de bebés que habían sacado de las incubadoras en la Ciudad de Kuwait. ¿Cómo no sentirse indignado ante tal atrocidad? Nadie, o al menos nadie que salió en los grandes medios de comunicación, se planteó quién era Nayirah: la hija del embajador de Kuwait, Saud Bin Nasir Al-Sabah.
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