En cierta ocasión, siendo un niño, asistí a una curiosa escena en un mercado. Un policía municipal acababa de multar por venta ambulante sin licencia a una anciana gitana. Esta, tras recoger la multa, y mientras se alejaba el guardia, exclamó: “¡Tío culebra! ¡Así se te muera el bigote!”. Aquella fue mi primera toma de contacto con el mundo de las maldiciones. Desde tiempos inmemoriales el ser humano ha destacado por desearle al prójimo todo tipo de malicias. Los sumerios, asirios y babilonios no fueron ajenos a esta afición.
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