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La estampa era tan surrealista como inquietante. Hace ya un buen puñado de décadas, a comienzos de los años 70, José Manuel Garayalde recibió en su finca de Gózquez de Abajo, en el municipio madrileño de San Martín de la Vega, la visita de de unos señores ataviados con batas blancas que se identificaron como técnicos de la Junta de Energía Nuclear, predecesora de la actual CIEMAT. Acudían hasta su huerta —le explicaron— porque estaban interesados en las coliflores que cultivaba. Tanto, de hecho, que se ofrecieron a comprarle toda la cosecha.
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