Con lo poco de que disponían en la prisión del Temple, una noche la reina madre improvisó una especie de altar y con los evangelios y algo que hizo de cetro, espada y corona, realizaron el acto de coronar a Luis XVII. Para las necesidades materiales, María Antonieta contó con la colaboración del comisario Michonis que ayudó incluso con la presencia de un obispo para hacerlo todo más o menos legítimo. Tras la consagración del prelado, situaron al niño en un improvisado trono ante el que todos se postraron de rodillas.
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