En el año 138 d.C., veintiuno después de subir al trono, el emperador Adriano fallecía habiendo nombrado un heredero in extremis, tras una crisis sucesoria en la que hubo una serie de muertes y traiciones que muy bien podían considerarse un augurio de la crisis que iba a sacudir el Imperio romano en el siglo III. Al final quien vistió la púrpura fue Antonino Pío, al que Adriano había adoptado puesto que no tenía descendencia. La condición que le puso fue que, a su vez tomase como hijos adoptivos a Marco Aurelio y a Lucio (...)
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