Cuando llegó la enorme ola de inmigrantes desde la URSS en 1990 estábamos contentos. Para empezar, porque creemos que toda inmigración era algo bueno para el país. En segundo lugar, porque estamos convencidos de que este grupo específico de inmigrantes llevaría a nuestro país por la senda correcta. Esta gente, nos dijimos, se ha educado en un espíritu internacionalista durante 70 años. Acaban de derrocar un cruel sistema dictatorial, así que deben ser demócratas fervientes. Añadirían un ingrediente positivo al cóctel demográfico que es Israel.
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