Al principio el código de vigilancia era muy sencillo: todos los libros que se embarcaban rumbo a la Nueva España debían pasar varios controles de aduanas, como cualquier otra mercancía. La revisión corría a cargo de funcionarios de aduanas y más tarde incluso de miembros de la Santa Inquisición: hasta ese punto llegaba la asunción de funciones de los policías de la mente. De todas formas, tal como han revelado varios estudios, ambas aduanas eran un coladero. Por las razones de siempre: sobornos, vista gorda, mala vigilancia.
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