Mucho antes de que los teléfonos inteligentes nos dieran acceso a Internet en nuestros bolsillos, la gente no tenía forma de resolver instantáneamente una discusión sobre quién tenía razón o no sobre algún hecho oscuro. Uno era libre de hacer afirmaciones extravagantes sobre que algo era lo más grande, lo más largo o lo más rápido que existía, y los amigos tenían que esperar a encontrar una enciclopedia o a localizar a un experto antes de poder refutarlo o confirmarlo de forma decisiva.
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