El ingenio humano llegaría a convertir al de Bilbao en uno de los puertos más seguros de Europa. Sin embargo, aquella noche, los chubascos que cruzaban de oeste a este el Golfo de Bizkaia y barrían coléricos la costa vasca, ocultaban a quien no conociese sus aguas algunas de las obras que se encontraban a medio hacer y que finalizarían tres años más tarde, en 1904. Una escollera, sobre la que se levantaría el rompeolas de Santurtzi, constituía, por estar oculto a la vista por unas pocas brazas de agua, el obstáculo entonces más peligroso.
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