El político tiene un doble problema en el tratamiento de sus mensajes: en primer lugar, se debe a un partido y a un electorado, y habla ante todo para ellos. Y, en segundo término, sabe en general lo que la gente quiere oír. Eso suele alejarlo de la verdad. Por eso el lenguaje político resulta el más convencional, previsible, sospechoso y falsario. El lenguaje poético se sitúa en las antípodas del político: indaga, busca, arriesga. Y pone la realidad patas arriba.
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