Llevaba tiempo con la mosca detrás de la oreja, pero le podía más la discreción profesional que la curiosidad humana. Todos los meses extendía dos recetas de la píldora anticonceptiva a una paciente sin atreverse a preguntar por qué dos. Aquello no le cuadraba y empezó a sospechar que «traficaba» con un medicamento que, por el año 1978, acababa de ser legalizado en España, pero al que todavía pocas mujeres accedían por temor al ‘qué dirán’ o a ir en contra de la moralidad de la época.
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