Ocurre cada cierto tiempo: un individuo, generalmente de la clase política, profiere una palabra que, estrictamente hablando, no pertenece al vocabulario del español en el sentido de que no aparece en el diccionario de la RAE. Y comienza la encarnizada lucha entre aquellos que consideran el uso de nuevos términos un oprobio a la pureza del español y los que defienden que la inserción de nuevos vocablos enriquece nuestra lengua.
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