Jesús tuvo un gran rival en su tiempo. Se llamaba Simón el Mago. Un gnóstico samaritano procedente de Gitta (Cisjordania) que viajó por todo el mundo antiguo –de Palestina y Siria, a Cesarea y Antioquía, de Egipto a Roma– promulgando actos mágicos y creando iglesias basadas en sus nuevas enseñanzas por cualquier lugar donde fuera, siempre junto a Helena, una prostituta a la que liberó en un burdel de Alejandría.
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