“Al lado del camino hay una cosechadora. Ya no se espiga, ya no se siega, ya no se abielda. Viene una máquina y en un par de horas realiza la labor, que cuando yo era niño costaban tres meses de sudores casi desde San Pedro, cuando eran ajustados los gallegos y los agosteros, hasta San Miguel. El maquinista se sienta dentro de una cabina con aire acondicionado. Le digo buenos días pero no me oye. Está escuchando a Herrera en la Onda. Los labriegos se han vuelto muy señoritos.”
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