La aristocracia castellana empezó a posicionarse de cara a la sucesión, en los últimos años del reinado de Enrique IV y especialmente tras su muerte en 1474. Se dividió completamente en dos bandos, unos a favor de la hija de Enrique, Juana (La Beltraneja) frente a los que consideraban ésta como ilegítima y apoyaron a los hermanos de Enrique, primero Alfonso y luego a Isabel, la futura reina católica. Llegándose a la escenificación grotesca del derrocamiento del rey y nombrando a Alfonso sucesor. Es lo que conocemos como la farsa de Ávila.
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