Acabar en un secta, un grupo que controla la voluntad del individuo para su explotación, no es cuestión de clase social, ni de condición económica, ni de nivel cultural, pero sí de una crisis personal. Jóvenes universitarios, idealistas y con cierta tendencia obsesiva es el perfil que interesa captar, son los más productivos en un momento en el que la secta se reinventa.
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