Desde su aterrizaje en Londres en septiembre de 1966 los hechos se habían sucedido a una velocidad de vértigo. Llegado el verano de 1967, y lejos de intentar aminorar la marcha, Jimi Hendrix afrontaba la composición y la(s) grabación(es) del que sería su tercer álbum de estudio como una tarea a intercalar en una agenda que, sobre todo debido a unas extenuantes giras americanas, apenas admitía un momento de respiro. ¿Misión imposible estar a la altura de las expectativas? No para él, desde luego.
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