En Mesopotamia si un mal presagio amenazaba al rey, otro, normalmente una persona de bajo origen, un prisionero o un esclavo, debía sentarse en el trono para recibir ese mal, quedando el verdadero rey a salvo. Durante el tiempo que duraba la sustitución, al nuevo rey se le concedían algunas libertades, con el fin de enfatizar su suplantación, aunque no poder de gobierno efectivo. Podía estar acompañado de una reina sustituta y tener una pequeña corte para entretenerse, y al verdadero rey se le llamaba, mientras tanto, granjero (ikkaru).
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