Según la tradición, el recién nacido debería haberse llamado Alfonso, como su abuelo paterno, que no fue otro que Alfonso II de Aragón. Pero esas malas relaciones entre sus padres hicieron que se descartara el nombre. Ante la duda, la reina pidió que se encendieran 12 cirios, cada uno de ellos con el nombre de uno de los apóstoles. Aquel cirio que durara más tiempo encendido, sin consumirse, le daría el nombre al niño.El último cirio en consumirse o apagarse fue el de Santiago el Mayor... Santiago es lo mismo que Jaime.
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