A semejanza de otros países europeos el nuestro había tenido durante el siglo XIX un proceso de construcción nacional, pues es el Estado el que construye la nación y no a la inversa («ya hemos creado a Italia, ahora debemos hacer a los italianos»), pero a diferencia de otros países no pudo culminarse. La continua inestabilidad política dio lugar a un Estado débil que no pudo cohesionar el territorio, casi podría hablarse del insólito caso de unos gobernados que oprimían a sus gobernantes.
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