«A mí me costaba mucho soportar la derrota, pero me costaba mucho más soportar la derrota y el choteo a la vez. Petrovic nos sacaba de nuestras casillas y encima en las situaciones de extrema tensión él se manejaba bien. Nosotros no. Estábamos más pendientes de arrearle un zurriagazo que de jugar al baloncesto, con lo cual ya nos tenía ganados. Tenían ese orgullo yugoslavo que fíjate luego la historia dónde les ha llevado. Te miraban casi con desprecio y lo peor de todo es que eran buenísimos...»
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