Ha sido en la búsqueda infructuosa de un cine cuya oferta fuese menor a los diez euros por película que me he dado cuenta de que ya no quedan cines. No me refiero a las películas ni al arte, sino al cine, al lugar, a ese elemento que era parte del mapa de un pueblo. En el mío había una iglesia con su plaza, una panadería, una biblioteca y un cine. No en mi pueblo, en el lugar, sino en el pueblo que conservo en mi memoria. Y de la iglesia solamente quedan sus campanas, y de la biblioteca sus libros; la panadería ha cerrado, y el cine también.
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