Mis ojos se abren y contemplan las palmeras sobre fondo azul que resplandecen bajo el deslumbrante sol australiano. Es un día precioso que comienza apaciblemente. De forma instintiva, tanteo con las manos la mesita de noche buscando el smartphone para consultar mis mensajes pendientes. Todavía no me he levantado, y el mundo ya me requiere. Noto una tensión difusa que se extiende por mi pecho, baja por mis brazos y llega a las yemas de mis dedos, que toquetean la pantalla. En una fracción de segundo, el día ha pasado a adoptar el ritmo digital.
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