Nunca pensó Horacio Nelson que su ataque a la isla de Santa Cruz de Tenerife, en el verano de 1797, le iba a salir tan caro. Al fin y al cabo era un plaza mucho más pequeña de las que había tomado en el pasado y estaba convencido de que no le iba a crear ningún problema. Un broche más en su exitosa carrera naval. Llegar y hacerse con las importantes cantidades de oro que portaban los barcos de la antigua flota de Indias atracados en el puerto. Pero nada salió como esperaba.
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