Más de 300 años pasó enterrado en el fango del fondo del puerto. Debido a las condiciones del Báltico (muy baja salinidad y temperaturas bajísimas), donde hay muy pocos organismos invasores de pecios, se mantuvo en casi perfecto estado hasta que a un simpático arqueólogo se le ocurrió reflotarlo y guardarlo en un museo para el disfrute de todo el mundo.
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