Un idioma (cualquier idioma) es siempre un embajador y un correo, un emisario y un mensajero, o si se prefiere, un cauce de una civilización; además de que a través del tiempo transmite una sabiduría y una forma de vida. Sin embargo, también constituye un universo, un patrimonio y, por supuesto, es una seña de identidad que siempre es preciso cuidar y mantener. Nunca el aprendizaje y el cultivo de uno puede servir de excusa para el desprecio, el abandono o el maltrato al otro, ya que rebajar a un idioma es sinónimo de despreciar a la humanidad.
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