Cuando el 17 de julio llegaron noticias sobre la insurrección de las plazas de Ceuta y Melilla, en la presidencia del gobierno aún se agarraron a un clavo ardiendo, un golpe militar descoordinado que se apagaría por sí solo. Así había ocurrido en el 32, cuando el general Sanjurjo intentó revertir la constitución de 1931. Esta vez fue distinto. El presidente del gobierno, Santiago Casares Quiroga, de la izquierda moderada, se enfrentaba a la rebelión más decisiva de la historia de España. La II República se iba a desmoronar en menos de 72 horas.
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