El Gran Howard descubrió que la meca del cine era básicamente un gran mercado de carne. Un hombre lascivo con dinero y contactos únicamente tenía que acudir a una fiesta y preocuparse de elegir con cuál de las chicas que se remojaban en una piscina —generalmente jóvenes actrices aspirantes al estrellato y con pocos escrúpulos a la hora de tomar un atajo— quería pasar la noche. Empezó a viajar con frecuencia a Los Ángeles, escudándose ante su esposa detrás de los viajes de negocios. De hecho, abrió allí una oficina permanente de su empresa para
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