Mucho antes de que Orson Welles fuera perseguido por el subsuelo de Viena en ‘El tercer hombre’, el laberinto de túneles, vías fluviales y alcantarillas de la capital austriaca ofrecía un refugio secreto para los parias de la sociedad. Mientras la clase alta de la ciudad asistía a bailes, gozaba del arte y paseaba por la nueva carretera de circunvalación, el reino de los “hombres topo” se extendía bajo el pavimento.
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