No nos corresponde a los hombres, por muy feministas y solidarios que nos declaremos, opinar sobre cómo deberían las mujeres gestionar sus movimientos o conducir sus debates. Y no sólo por causa de nuestra tradicional inclinación a colonizar esos espacios, ejerciendo sobre ellos paternales “protectorados”.No sólo por eso. También por una razón más actual e inquietante: es perceptible que asistimos a toda una ofensiva cultural y política destinada a forzar parcelas de privacidad duramente conquistadas e incluso a desdibujar a las propias mujeres
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