Casi al despuntar el nuevo siglo, justo en el epicentro en que numerosos escritores y filósofos situaron una especie de enfermedad de fin de siècle, Pío Baroja, nuestro psicogeógrafo español, recorrió las calles de París, una calles que prefería «siniestras», deambulando al caer la noche con la misma lentitud y precisión con las que lo haría con las del viejo Madrid. Al igual que otros tantos, llevado por el halo de prestigio en la literatura francesa, intentó ganarse la vida en París, aunque no lo logró. Apenas hablaba francés.
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