Al final la fortuna se aliaría con Rubik cuando conoció a Tibor Laczi, un húngaro expatriado que trabajaba como vendedor de una compañía de ordenadores austríaca. Laczi recordaba así cómo se conocieron: "Cuando Rubik entró por primera vez en la habitación tuve ganas de darle algo de dinero, parecía un mendigo. Iba terriblemente vestido y llevaba un cigarrillo húngaro barato colgando de la boca. Pero sabía que tenía a un genio ante mí. Le dije que podíamos vender millones".
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