Hasta cumplir los 25, aquel joven de Nueva York que aún no había escrito nada, hacía ejercicio, se musculaba, buscaba el equilibrio perfecto entre mente y polla, y tras descubrir el sexo con una mujer mayor que él -Paulina Chouteau, que por edad podría haber sido su madre-, se lanzó a la exploración de las grietas del placer. Dicen que podía fornicar tres o cuatro veces al día, y luego una más con su esposa, cuando llegaba a casa por la noche; ignoraba lo que era un gatillazo. Faltaban casi 15 años para que publicara Trópico de Cáncer.
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