El aprendizaje literario y la forja estilística de Hemingway fue labor titánica, casi podría decirse que pareja a su esfuerzo por presentarse al mundo como un púgil aceptable, diestro pescador, cazador fulminante —tanto en la sabana como entre sábanas—, torero en la más amplia acepción del término y un defensor en las trincheras de causas nobles. París le proporcionó cosmopolitismo y trato artístico.
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