Aunque los británicos estén orgullosos de ser los mejores en cuanto a organización de grandes eventos monárquicos –el «pomp and ceremony«, como lo llaman ellos–, la verdad es que tan sólo comenzaron a organizarlos bien hace relativamente poco. Lo normal en la familia real británica era que los funerales –ahora un ejercicio milimétrico– fuesen un perfecto desastre, que los banquetes acabaran mal –y generalmente con todos los comensales borrachos– y ni siquiera las ceremonias de coronación se pudiesen llevar a cabo sin meter la pata.
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