Tras la agridulce ofensiva serbia en 1992, exitosa en lograr importantes ganancias territoriales pero desastrosa en su intento de tomar Sarajevo, musulmanes y croatas tenían la oportunidad de reaccionar para evitar una partición de Bosnia muy favorable a los serbios. Todo ello en un contexto internacional cada vez más intervencionista, con un nuevo presidente norteamericano en busca de los laureles de la reelección y una opinión pública espoleada por el seguimiento mediático de los crímenes serbios, reales y supuestos.
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