Arruinado, separado de la familia, sin hablar inglés, Rafael Guastavino desembarcó en Nueva York en 1881 a los 39 años. Le acompañaba un hijo de 9, su amante, las dos hijas de ella y, en el bolsillo, 40.000 dólares de una estafa. Al arquitecto valenciano le animaba el éxito que había conocido en Barcelona (estudió en la Escola Especial de Mestres d’Obres, donde aprendió la técnica de la “volta catalana” que marcaría el resto de su carrera). Diseñó y levantó algunos de los edificios más bellos de Norteamérica.
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